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Un árbol para conmemorar y salvar vidas

La tierra no solo le ha dado alimentos sino los productos curativos con los que su abuela, de 80 años, controla la presión y la diabetes. Desde que nació le enseñaron a amar a la mamá más grande de todas, la “pacha mama”, como le dice su papá. Todos los días, antes de ir a la escuela, este niño visita a “Julio”, un árbol que cultivó cuando el tío que más quería murió. Santiago Vásquez, tiene 13 años, vive en el corregimiento de Santa Elena y desde pequeño ha visto en la tierra una oportunidad para salir adelante porque sabe que llegar a la universidad, para un niño del campo, es una idea que se puede quedar en un simple sueño. En su tiempo libre, cuando no está en la escuela o cultivando, se dedica a recoger botellas de los basureros para hacer materas y adornar su casa. Incluso, cuenta que una vez casi pierde un ojo en esa “aventura”.

Siempre anda con un costal y un botiquín de primeros auxilios, no para personas, sino para plantas y árboles nativos que abundan en su vereda. Abono, bolsas y hasta cabuya, son los productos con los que le ha salvado la vida a más de un palo de Eucalipto y Guamo. Admira a su padre Luis Octavio Vásquez, quien desde pequeño le entregó el azadón con el que le sacó provecho a su infancia. Está en octavo de bachillerato y se destaca entre sus compañeros por su amor por la naturaleza y los animales. Su mamá Rosa Atehortúa, como él mismo lo afirma, le “alcahuetea” cuanto animal lleve a la casa.

Santiago recoge los animales de la calle y él mismo les ha fabricado una casa de helecho donde pueden vivir dignamente. Se las arregla para darles la comida vendiendo hortensias, cartuchos y romero en Medellín.

Por esta razón, comenta que la tierra da vida, porque en su caso, además de sacar de ahí los tomates, cebolla, fríjoles y maíz para su comida, sostiene ocho perros y cinco gatos. Todos los encontró en los mismos basureros donde recoge las botellas.

Julio, el árbol que ahora florece en honor a su tío, está bastante grande. Cuando llueve, arma una carpa al lado de él y ahí permanece hasta cerciorarse que el clima inclemente no pueda hacerle daño.

Al lado de Julio, está Benjamín, un pino que cultivó cuando su abuelo murió. El hábito de plantar en relación a quien muere, no se lo heredó a sus padres, pero cree que cuando florecen revive el alma de sus familiares.

Quiere estudiar Agronomía y si no llega a tener las posibilidades para hacerlo real, se dedicará a viajar mochiliando por el mundo. No quiere conocer países, sino salvar los árboles que agonizan por el trato de las “plagas” más mortales: los seres humanos.

Aunque no es médico, de seguro ha salvado vidas de manera anónima. Sabe que las personas dependen de los seres que él más ama, “los árboles”, por eso, vive la mayor parte de su vida con ellos y recogiendo a los sin voz: “los animales”.

Cuando me despedí de él, tenía un árbol pequeño a su lado que iba a cultivar, le pregunté de quién se trataba y me dijo que era “María”, su mejor amiga, quien sufre una enfermedad que en poco tiempo le arrebatará la vida.

Está triste ante la noticia, pero afirma que de esta manera, la muerte servirá para algo, al menos para salvar a muchos que aún siguen sin entender que cuidar la tierra es una manera de Pensar en Grande la vida.

Escrito por: Érica Zapata Vásquez
Revisó: Jorge Alberto Velásquez

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